LA MUERTE DE
LA LOBA
El cuarto
estaba a oscuras; una mísera vela
daba su luz
pesada como de oro muerto;
cada objeto
en la pieza era un fantasma incierto
bajo el
pincel sombrío de la pobre candela.
Abierto
estaba aún, donde su mejor verso,
sobre la
mesa el libro por ella preferido
y una flor
que no pudo ser la flor del olvido
yacía en
las estrofas como recuerdo terso.
En un vaso
temblaba la blancura de un lirio
cansado de
sorber el agua amarillenta
y su pobre
corola caía macilenta
con una
gravedad enferma de martirio.
Por la calle
pasaban las ruedas de algún coche
con un
pesado andar cargado de agonía
y la lluvia
de a poco su llanto diluía
sobre el
silencio enorme que fluctuaba en la noche.
Oh, la forma
del gato tras el cristal sombrío!
Un gato
negro espiaba con la pupila rubia
y su
fosforescencia brillaba entre la lluvia
metiéndose
en el alma como un dardo de frío.
La loba en
su sillón hechos sombra los ojos,
me escrutaba
los ojos, hechos sombra también.
Oh, la pobre
sabía -y lo sabía bien
cómo eran
de traidores esos pómulos rojos!
Muy al rato
me dijo: - Mira, estoy tan tranquila,
tan
tranquila que acaso me comienzo a morir"...
Y estaba tan
tranquila! que hube de sonreír
para que no
leyera su muerte en mi pupila.
Y estaba
tan tranquila! que como un pajarito
se durmió
para siempre en la noche de frío
acariciando
al hijo que en el regazo mío
estaba
silencioso... silencioso y quietito.
Se
quedó como el libro, cargada de ternezas,
abriendo
con su muerte la página final,
una
página blanca donde algún lodazal
quiso
poner impío el mal de sus tristezas.
Se
quedó como el lirio que moría en el vaso...
pálida
y espectral, y sus manos perfectas
decían
no sé qué de las cosas selectas
con
la suave armonía de su lívido raso.
-"
Mamita! Oye mamita, me comprarás soldados?...
mamita".
-No la llames, se ha dormido mamita.
Y
una pobre canción con lástima infinita
fluctuó
pesadamente en mis llantos ahogados.
De
pronto hasta el pabilo se apagó consumido,
la
noche su sepulcro tendió sobre mi vena
pero
seguí cantando la suave cantilena
para
que el niño blondo se quedara dormido.
Después!...-
tantos detalles perdieron ya el color!
Sólo
me acuerdo ahora que en mi frente contrita
pasó
del pobre huérfano la blanca manecita
tal
como si en la llama jugueteara una flor.
La Inquietud
del Rosal 1916
Alfonsina Storni
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