jueves, 20 de junio de 2019

LA MUERTE DE LA LOBA


LA MUERTE DE LA LOBA


El cuarto estaba a oscuras; una mísera vela
daba su luz pesada como de oro muerto;
cada objeto en la pieza era un fantasma incierto
bajo el pincel sombrío de la pobre candela.


Abierto estaba aún, donde su mejor verso,
sobre la mesa el libro por ella preferido
y una flor que no pudo ser la flor del olvido
yacía en las estrofas como recuerdo terso.


En un vaso temblaba la blancura de un lirio
cansado de sorber el agua amarillenta
y su pobre corola caía macilenta
con una gravedad enferma de martirio.


Por la calle pasaban las ruedas de algún coche
con un pesado andar cargado de agonía
y la lluvia de a poco su llanto diluía
sobre el silencio enorme que fluctuaba en la noche.


Oh, la forma del gato tras el cristal sombrío!
Un gato negro espiaba con la pupila rubia
y su fosforescencia brillaba entre la lluvia
metiéndose en el alma como un dardo de frío.


La loba en su sillón hechos sombra los ojos,
me escrutaba los ojos, hechos sombra también.
Oh, la pobre sabía -y lo sabía bien
cómo eran de traidores esos pómulos rojos!


Muy al rato me dijo: - Mira, estoy tan tranquila,
tan tranquila que acaso me comienzo a morir"...
Y estaba tan tranquila! que hube de sonreír
para que no leyera su muerte en mi pupila.


Y estaba tan tranquila! que como un pajarito
se durmió para siempre en la noche de frío
acariciando al hijo que en el regazo mío
estaba silencioso... silencioso y quietito.


Se quedó como el libro, cargada de ternezas,
abriendo con su muerte la página final,
una página blanca donde algún lodazal
quiso poner impío el mal de sus tristezas.

Se quedó como el lirio que moría en el vaso...
pálida y espectral, y sus manos perfectas
decían no sé qué de las cosas selectas
con la suave armonía de su lívido raso.

-" Mamita! Oye mamita, me comprarás soldados?...
mamita". -No la llames, se ha dormido mamita.
Y una pobre canción con lástima infinita
fluctuó pesadamente en mis llantos ahogados.

De pronto hasta el pabilo se apagó consumido,
la noche su sepulcro tendió sobre mi vena
pero seguí cantando la suave cantilena
para que el niño blondo se quedara dormido.

Después!...- tantos detalles perdieron ya el color!
Sólo me acuerdo ahora que en mi frente contrita
pasó del pobre huérfano la blanca manecita
tal como si en la llama jugueteara una flor.

La Inquietud del Rosal 1916
Alfonsina Storni 


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