Cada
vez que te dejo
retengo
en mis ojos
el
resplandor de tu última mirada.
Y,
entonces, corro a encerrarme,
apago
las luces, evito todo ruido
para
que nada me robe un átomo
de
la substancia etérea de tu mirada,
su
infinita dulzura, su límpida timidez,
su
fino arrobamiento.
Toda
la noche, con la yema rosada de los dedos,
acaricio
los ojos que te miraron.
Bellísimo
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