Tristes
calles derechas, agrisadas e iguales,
por
donde asoma, a veces, un pedazo de cielo,
sus
fachadas oscuras y el asfalto de suelo
me
apagaron los tibios sueños primaverales.
Cuánto
vagué por ellas, distraída, empapada
en
el vaho grisáceo, lento, que las decora.
De
su monotonía mi alma padece ahora.
–¡Alfonsina!–
No llames. Ya no respondo a nada.
Si
en una de tus casas, Buenos Aires, me muero
viendo
en días de otoño tu cielo prisionero
no
me será sorpresa la lápida pesada.
Que
entre tus calles rectas, untadas de su río
apagado,
brumoso, desolante y sombrío,
cuando
vagué por ellas, ya estaba yo enterrada.
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