A EROS
He aquí que te
cacé por el pescuezo
a la orilla del
mar; mientras movías
las flechas de
tu aljaba para herirme
y vi en el
suelo tu floreal corona.
Como a un
muñeco destripé tu vientre
y examiné tus
ruedas engañosas
y muy envuelta
en sus poleas de oro
hallé una
trampa que decía: sexo.
Sobre la playa,
ya un guiñapo triste,
te mostré al
sol, buscón de tus hazañas,
ante un corro
asustado de sirenas.
Iba subiendo
por la cuesta albina
tu madrina de
engaños Doña Luna,
y te arrojé a
la boca de las olas.
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