El Templo
Inmenso
Subir a lo
más alto, hasta la cumbre
de la
montaña, grito de la tierra,
y en la
gloria de la luz de un plenilunio
desatar la
garganta en un concierto
hecho de
notas bellas.
Cantar,
cantar, arriba,
sobre todo
cantar para la luz y la montaña
poner en su
armonía la armonía
que se
siente fluir de la garganta.
Dejar la
inspiración que tome vuelo
sin compás,
como el verso que no sabe
rimas sin
disonancias.
Libertad en
el canto. Libertad.
Mas libertad
aun, toda la que haya.
¡Yo quiero
así cantar!
¡Denme la
bóveda del templo inmenso,
la bóveda
que finge terciopelo
azulado en
la noche
y su bordado
de oro como flores
gestadas en
el sol!.
¡Para
hincar mi rodilla, la montaña
para adorar
la bóveda florida
por los
mundos que ruedan en el todo!
¡Yo quiero
cantar!
Y será mi
oración, como el sollozo
de todos mis
dolores, como el grito
de todos mis
martirios, llegarán
al
violonchelo puesto en mi garganta.
¡mis
rebeldías rojas, como sangre
y será mi
oración toda de gracias,
por la
bendita gloria de vivir
que vive en
mis arterias!.
¡Y será
toda dulce, como el beso
de mi boca a
la boca misteriosa
e inmensa de
la nada!...
Y rodando en
la noche ira mi canto
sin orden,
como yo, hasta las cosas
que nadie
explicará...
Quizá sepa
un poeta de esas voces
que pugnan
por hallar en la garganta
¡la nota
wagneriana!
La Inquietud
del Rosal 1916
Alfonsina
Storni
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